martes, 19 de mayo de 2020

Desencanto





Nuestra inclinación va, no propiamente a la felicidad,
sino a la alegría, es decir, al presente;
es la razón la que lleva al futuro y a la duración”.

        Leibniz. Nuevos ensayos del entendimiento humano. 






Si no obtienes lo que quieres
cuando estas a punto,
habrá que gritarlo si hubiera necesidad.

De agrado ignora la palabra la voluntad.

Estar al tanto y pensártelo sólo significa
que no te abres a la alegría del gozo.

Quienquiera que desee,
que llegue amando a la primera,
y que no se haga
de rogar, ni esperar.

Olvídate de cualquier felicidad ficticia
que no consista en la sola gratitud
que te dejan los placeres compartidos.  


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No hace falta estar dispuesto,
ni resolverse para desear
palpar con gusto un cuerpo
o los pulpos para la cena.

No puede haber concepto
más filosófico que el “antojo”.

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“Felicitas est laetitia durabilis”.
                                  Leibniz.

La había visto salir del hotel muy alegre con su pareja,
por lo que al regreso de la tediosa cena trabajo
me extrañó verla tambalear sola por el pasillo
y desplomarse en el piso al entrar en su habitación.

No estaba ebria, sino agotada de llorar,
y débil de la tristeza.

Me ofrecí a ayudarla a levantarse despacio
Y, al incorporarse, de la mano me tiró en la cama:
con cada beso se le acababan las lágrimas
y sonreía rutilante, con gesto teatral.

Al amarla sentí el orgullo de las prostitutas,
y el modestia me quiso despedir
tras apenas haber acabado.

No paró de reírse
cuando le dije que en lugar del desayuno
pidiera una botella de champagne,
que yo invitaba.

Contra el amor y la felicidad,
había que hacer durar el placer.   

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La fuerza que me queda para soportar
me la da el vino que se calienta al sol.

Sólo nos refleja la actividad del cuerpo.

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Entre la afinidad y la conveniencia,
la moral dejó de ser una cuestión de gusto,
para convertirse en un asunto de poder.

¿Por qué lo hicieron?
Para apoderarse de las empresas de sus deudores,
por dinero; lo de siempre.

Tal es el negocio de los medicamentos
que se dan el lujo de ofrecer asistencia
y la vacuna para uso público,
para el virus que ellos mismos crearon.

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Me rindo a la nueva situación,
a la falta de trabajo,
pero me asalta la despreciable razón
y el amor filial y patriarcal
que me hace cambiar de hábitos
para asegurarme muchos años para mi hijo.

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Que me haya acabado la bolsa panecitos de miel
con el pote completo de queso de untar,
que me bajé con la botella de yogurt,
de verdad, no quiere decir que tuviera ansiedad.

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Publicar se volvió un asunto publicitario.

De nada sirve la telaraña de signos y símbolos
que tamizan la experiencia
sin nutrirse de alegrías, de cerveza
y con todos los placeres de la tierra.

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La tv, las redes, la prensa, los libros, las cátedras y clases,
los mensajes de texto, el café que compartes,
el vestido y las fotos,
la información de productos y etiquetas, las imágenes,
la música de moda y la que estuvo de moda,
no parar de hablar, opinar y escribir lo que se puede,
no es más que un tributo, antes a Dios,
y ahora a máquinas que viven de acumular y vender.

La cultura es otra cosa.

Para qué el arte, la ciencia, la industria,
o un estilo de vida filosófico,
si no para procurarse un placer más
que haga los ratos más agradables.

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Me dejo afectar por las trazas que dejaron
las impresiones de los cuerpos que amé,
para plasmar en los sentidos la alegría
acumulada en imágenes de amores grises;
plácidas las molestias y dolores de la vejez,
mientras me agarro a su vestido de seda.

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Amar sencillo, sin simplicidad en el querer.

Halagar, besar o acariciar,
por un motivo,
ni a una buena puta se le viene a la cabeza.

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Desear y tener ocurrencias,
hace mucho eran lo mismo.

¿Acaso hacen falta propósitos
para no más que querer?

Amar no es para cualquiera.

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Poesía en Instagram







Admiro a quienes escriben todo en las redes,
los sentimientos, los sucesos, ocurrencias…
siempre consideré insulsas mis vivencias
sin mucho que contar.

Al contrario que en filosofía,
más que para qué,
¿qué se tiene que decir?

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A ver si puedo:


Decepcioné a mi familia por estudiar filosofía;
y pensar que quería ser biólogo o literato.

Siempre fui menos que mis hermanos;
sin voz, no terminaban de escuchar una frase mía.

Hasta se escudan en que mi madre está enferma;
al encontrarme de frente, mi hermana si acaso me saluda.

Para ellos es imperdonable que los mandara lejos.
Por supuesto, fui mucho más grosero.

Al menos ya no me dicen que estudie Derecho;
ahora quieren que me vuelva comisionista
o que siga de burócrata.


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Nos imponen los quehaceres,
las opiniones y las creencias
–lo que se puede decir y hasta dónde–,
en el trabajo y en las redes,
y hace rato, incluso en la casa.

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Uno no tiene salidas.
Los asuntos se complican más de lo que se esperaba.
No es siquiera una cuestión de dinero o de éxito.

Cambiar resulta más difícil de lo que se cree.
Quienes te rodean, lo que deseas y más amas;
lo que sueñas y a lo que aspiras
–en especial, lo más cercano–,
te nubla, te ata y te deja inútil,
con todo malogrado.

Ni siquiera te has perdido o descarriado,
pues tan sólo se lo ve en retrospectiva,
demasiado tarde: te impiden,
el amor y el deseo,
procurar más de lo que quieres.

En el orden actual no puedes dedicarte
a lo que quieres y surgir;
nunca si conservas la sinceridad,
la ingenuidad y la pureza.

Te equivocas también
con lo que se supone que cuentas.

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Siempre exigen disculpas,
sólo les duele que los insulten.

Igual tratan a cualquiera con menosprecio.

Nunca sospecharán, entenderán ni admitirán
el daño que te han hecho durante años.


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 Por quién puedes preocuparte
si no te ayuda a vivir
y si no está contigo.

De qué te sirve tu saber,
¿para qué tus quejas y lloriqueos?  

Se emocionan con mensajes de alegría
–que no alegres, o que a ti no te alientan–
sin exaltación ni delirio, para lo que siguen:
escotes, camisas pegadas, música y licor.

¿Quién se hará cargo de ti
y te ayudará a salir adelante
sin que entregues nada a cambio?

Al final omitirás lo que pretendes
–que nada te haga falta–
por descuido o por ofensa.

¿De qué te sirven tus gemidos?

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Tendido sobre cada cuerpo
que tomé a mis ansias,
pensaba en alguien
que nunca tuve entre mis brazos.

Contrastaba los contornos,
los gestos y la pasividad;
y ante la expresión cariñosa
–con la cara de la idiotez que desea–
hallaba una mueca de horror, un defecto,
una equivocación, acaso muy mía,
que más que apenarme, me angustiaba.

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En el rechazo, que se demora en advertir,
y con la atracción del sexo,
y de lo que queda de tanto querer
–con desamor y odio–
se comienza a sentir, a estimar
el afecto y el aprecio, y más
el de un momento de esparcimiento
para el desahogo.

Ahora, toda la piel
lleva la marca de otra sola imagen,
y el cuerpo se me confunde
con el que lo ama.


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Te corrigen, te cuestionan
y reelaboran lo que hiciste.

Más que por indiferencia,
con cariño te disuaden
a abandonar lo que emprendes,
sin alternativa.

Solo hay un demonio peor
que el de la gente que lo sabe todo
y que calculan cada paso a seguir:
la inercia –sin siquiera
un tanto de apatía–.

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Les tiene sin importancia
aquello por lo que no han pagado.

Tanto hay para leer en la incomodidad y la prisa,
frente a la suficiencia de poetas y filósofos,
junto a los demás sabiondos de la sociedad
atestados de críticas sin discusión.

Me convertiré en un insecto reseco
de los raros que caen en el patio.

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Hay muchos modos de disponerse
a pensar, sentir y actuar
a la hora de considerar los problemas,
incluso los éticos –si todavía importan–;
insospechados entre tanta frase
profunda o trivial.

Reclaman lo original en lo único
sin desistir de buscar.

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Te implantan un chip
y pagas en yuanes digitales,
sin poder comprar con dinero
ni con una Mastercard.

Lo que te inyectan en la vacuna
te hará más afable
–ni hablemos de lo demás,
y de que quien no se la ponga
rápido se va–.

Sin libertad no habrá algo más.

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Fui el producto de un experimento en niños,
estropeado por neurólogos que anhelaban
la alegría para toda la sociedad, en una droga,
sin considerar los efectos secundarios.

Por herencia, mi hijo también es ambidiestro,
se adelanta a lo que se va a decir,
comprende cada asunto mejor que nadie
y hasta predice los acontecimientos.

Igual de impaciente y arrebatado,
se rasca los brazos hasta que le brota
la desesperación con sangre.

Hace mil cosas a la vez, sí,
y por lo mismo se dispersa,
mucho más desatento.

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No querían las pataletas y rabietas,
y por tenernos medio dormidos
nos hicieron esquizos y neuróticos
–no se si por fortuna–.

En una segunda tanta de experimentos,
quieren a las próximas generaciones
en calma, conformes y sumisas;
si acaso no están ya aletargadas
por tantos titulares, vídeos y películas,
como en el pasado a los chinos con el opio,
sin capacidad de reacción.

¿Para qué lo hacen, si no alcanzarán a ver
un mundo atestado de psicópatas?


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Después de tanto, de súbito
me vino a la mente rehusar el afán
de copiar los ejercicios de álgebra
en las gradas de la biblioteca
–de la que me atraía tantos libros
que no figuraban en los manuales–,
minutos antes de entrar a clase,
y la de una mujer que se asoleaba
en la piscina de un motel de Torremolinos,
con unos senos descubiertos
en perfecta armonía con su silueta.

Cuando su esposo la llamó
también desfiló con un ritmo acorde
a pesar de la prisa, y sus largas piernas.

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Cuánta compasión exhibe una modelo.

No te libran los pensamientos
ni las palabras;
no te salva orar ni silbar.

Tal vez te refugias en anhelar,
mientras sólo el deseo te resguarda.

Qué vacía una imagen del mar y del atardecer.

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De desear, deseas cosas, cuerpos y sentimientos…
a lo mejor el poder, tener o privilegios
–tal vez pensar, o dejar de pensar–.

En cambio, anhelamos –no sin añoranza ni delirio–,
reelaborada la imagen en lo abstracto,
sin algún recuerdo.

Más que la ansiedad o la vehemencia del deseo,
anhelar tiene que ver con una sensación
de opresión en el pecho hasta el jadeo
–con sofoco y congojas que duran años–,
sin cabida a algo así como la voluntad.

Creamos historias que no han sucedido,
para nuestro orgullo y autosatisfacción.
 
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Si deseas amor con el que te amen,
sólo vendrán a ti en sueños.

El amor nace sin espera
con quien compartes tus momentos,
buenos o malos,
sin querer amar o que te amen.

En el juego del amor interminable
tienes que perder casillas
y entregar tus fichas.

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Si amar deseas con amor sin que te amen,
vendrán por ti sin que puedas soñar.

Pero si anhelas lo que amaste o aún amas,
te conviertes en tu fantasía más propia,
más íntima.

En el juego del amor efímero
tienes que llegar primero.

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