“Nuestra inclinación va, no propiamente a la
felicidad,
sino a la
alegría, es decir, al presente;
es la razón la
que lleva al futuro y a la duración”.
Leibniz. Nuevos ensayos
del entendimiento humano.
Si no obtienes lo que quieres
cuando estas a punto,
habrá que gritarlo si hubiera
necesidad.
De agrado ignora la palabra la
voluntad.
Estar al tanto y pensártelo sólo
significa
que no te abres a la alegría del gozo.
Quienquiera que desee,
que llegue amando a la primera,
y que no se haga
de rogar, ni esperar.
Olvídate de cualquier felicidad
ficticia
que no consista en la sola gratitud
que te dejan los placeres
compartidos.
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No
hace falta estar dispuesto,
ni
resolverse para desear
palpar
con gusto un cuerpo
o
los pulpos para la cena.
No
puede haber concepto
más
filosófico que el “antojo”.
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“Felicitas est laetitia durabilis”.
Leibniz.
La
había visto salir del hotel muy alegre con su pareja,
por
lo que al regreso de la tediosa cena trabajo
me
extrañó verla tambalear sola por el pasillo
y
desplomarse en el piso al entrar en su habitación.
No
estaba ebria, sino agotada de llorar,
y
débil de la tristeza.
Me
ofrecí a ayudarla a levantarse despacio
Y,
al incorporarse, de la mano me tiró en la cama:
con
cada beso se le acababan las lágrimas
y
sonreía rutilante, con gesto teatral.
Al
amarla sentí el orgullo de las prostitutas,
y
el modestia me quiso despedir
tras
apenas haber acabado.
No
paró de reírse
cuando
le dije que en lugar del desayuno
pidiera
una botella de champagne,
que
yo invitaba.
Contra
el amor y la felicidad,
había
que hacer durar el placer.
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La
fuerza que me queda para soportar
me
la da el vino que se calienta al sol.
Sólo
nos refleja la actividad del cuerpo.
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Entre
la afinidad y la conveniencia,
la
moral dejó de ser una cuestión de gusto,
para
convertirse en un asunto de poder.
¿Por
qué lo hicieron?
Para
apoderarse de las empresas de sus deudores,
por
dinero; lo de siempre.
Tal
es el negocio de los medicamentos
que
se dan el lujo de ofrecer asistencia
y
la vacuna para uso público,
para
el virus que ellos mismos crearon.
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Me
rindo a la nueva situación,
a
la falta de trabajo,
pero
me asalta la despreciable razón
y
el amor filial y patriarcal
que
me hace cambiar de hábitos
para
asegurarme muchos años para mi hijo.
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Que
me haya acabado la bolsa panecitos de miel
con
el pote completo de queso de untar,
que
me bajé con la botella de yogurt,
de
verdad, no quiere decir que tuviera ansiedad.
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Publicar
se volvió un asunto publicitario.
De
nada sirve la telaraña de signos y símbolos
que
tamizan la experiencia
sin
nutrirse de alegrías, de cerveza
y
con todos los placeres de la tierra.
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La
tv, las redes, la prensa, los libros, las cátedras y clases,
los
mensajes de texto, el café que compartes,
el
vestido y las fotos,
la
información de productos y etiquetas, las imágenes,
la
música de moda y la que estuvo de moda,
no
parar de hablar, opinar y escribir lo que se puede,
no
es más que un tributo, antes a Dios,
y
ahora a máquinas que viven de acumular y vender.
La
cultura es otra cosa.
Para
qué el arte, la ciencia, la industria,
o
un estilo de vida filosófico,
si
no para procurarse un placer más
que
haga los ratos más agradables.
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Me
dejo afectar por las trazas que dejaron
las
impresiones de los cuerpos que amé,
para
plasmar en los sentidos la alegría
acumulada
en imágenes de amores grises;
plácidas
las molestias y dolores de la vejez,
mientras
me agarro a su vestido de seda.
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Amar
sencillo, sin simplicidad en el querer.
Halagar,
besar o acariciar,
por
un motivo,
ni
a una buena puta se le viene a la cabeza.
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Desear
y tener ocurrencias,
hace
mucho eran lo mismo.
¿Acaso
hacen falta propósitos
para
no más que querer?
Amar
no es para cualquiera.
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