Admiro
a quienes escriben todo en las redes,
los
sentimientos, los sucesos, ocurrencias…
siempre
consideré insulsas mis vivencias
sin
mucho que contar.
Al
contrario que en filosofía,
más
que para qué,
¿qué
se tiene que decir?
x
A
ver si puedo:
Decepcioné
a mi familia por estudiar filosofía;
y
pensar que quería ser biólogo o literato.
Siempre
fui menos que mis hermanos;
sin
voz, no terminaban de escuchar una frase mía.
Hasta se escudan en que mi madre está enferma;
al
encontrarme de frente, mi hermana si acaso me saluda.
Para
ellos es imperdonable que los mandara lejos.
Por
supuesto, fui mucho más grosero.
Al
menos ya no me dicen que estudie Derecho;
ahora
quieren que me vuelva comisionista
o
que siga de burócrata.
x
Nos imponen
los quehaceres,
las
opiniones y las creencias
–lo
que se puede decir y hasta dónde–,
en
el trabajo y en las redes,
y
hace rato, incluso en la casa.
x
Uno
no tiene salidas.
Los
asuntos se complican más de lo que se esperaba.
No
es siquiera una cuestión de dinero o de éxito.
Cambiar
resulta más difícil de lo que se cree.
Quienes
te rodean, lo que deseas y más amas;
lo
que sueñas y a lo que aspiras
–en
especial, lo más cercano–,
te
nubla, te ata y te deja inútil,
con
todo malogrado.
Ni
siquiera te has perdido o descarriado,
pues
tan sólo se lo ve en retrospectiva,
demasiado
tarde: te impiden,
el
amor y el deseo,
procurar
más de lo que quieres.
En
el orden actual no puedes dedicarte
a
lo que quieres y surgir;
nunca
si conservas la sinceridad,
la
ingenuidad y la pureza.
Te
equivocas también
con
lo que se supone que cuentas.
x
Siempre
exigen disculpas,
sólo
les duele que los insulten.
Igual
tratan a cualquiera con menosprecio.
Nunca
sospecharán, entenderán ni admitirán
el
daño que te han hecho durante años.
x
Por
quién puedes preocuparte
si
no te ayuda a vivir
y
si no está contigo.
De
qué te sirve tu saber,
¿para
qué tus quejas y lloriqueos?
Se
emocionan con mensajes de alegría
–que
no alegres, o que a ti no te alientan–
sin
exaltación ni delirio, para lo que siguen:
escotes,
camisas pegadas, música y licor.
¿Quién
se hará cargo de ti
y
te ayudará a salir adelante
sin
que entregues nada a cambio?
Al
final omitirás lo que pretendes
–que
nada te haga falta–
por
descuido o por ofensa.
¿De
qué te sirven tus gemidos?
x
Tendido
sobre cada cuerpo
que
tomé a mis ansias,
pensaba
en alguien
que
nunca tuve entre mis brazos.
Contrastaba
los contornos,
los
gestos y la pasividad;
y
ante la expresión cariñosa
–con
la cara de la idiotez que desea–
hallaba
una mueca de horror, un defecto,
una equivocación, acaso muy mía,
que más que apenarme, me angustiaba.
En
el rechazo, que se demora en advertir,
y
con la atracción del sexo,
y
de lo que queda de tanto querer
–con
desamor y odio–
se
comienza a sentir, a estimar
el
afecto y el aprecio, y más
el
de un momento de esparcimiento
para
el desahogo.
Ahora,
toda la piel
lleva
la marca de otra sola imagen,
y
el cuerpo se me confunde
con
el que lo ama.
x
Te
corrigen, te cuestionan
y
reelaboran lo que hiciste.
Más
que por indiferencia,
con
cariño te disuaden
a
abandonar lo que emprendes,
sin
alternativa.
Solo
hay un demonio peor
que
el de la gente que lo sabe todo
y
que calculan cada paso a seguir:
la
inercia –sin siquiera
un
tanto de apatía–.
x
Les
tiene sin importancia
aquello
por lo que no han pagado.
Tanto
hay para leer en la incomodidad y la prisa,
frente
a la suficiencia de poetas y filósofos,
junto
a los demás sabiondos de la sociedad
atestados
de críticas sin discusión.
Me
convertiré en un insecto reseco
de
los raros que caen en el patio.
x
Hay
muchos modos de disponerse
a
pensar, sentir y actuar
a
la hora de considerar los problemas,
incluso
los éticos –si todavía importan–;
insospechados
entre tanta frase
profunda
o trivial.
Reclaman
lo original en lo único
sin
desistir de buscar.
x
Te
implantan un chip
y
pagas en yuanes digitales,
sin
poder comprar con dinero
ni
con una Mastercard.
Lo
que te inyectan en la vacuna
te
hará más afable
–ni
hablemos de lo demás,
y
de que quien no se la ponga
rápido
se va–.
Sin
libertad no habrá algo más.
x
Fui
el producto de un experimento en niños,
estropeado
por neurólogos que anhelaban
la
alegría para toda la sociedad, en una droga,
sin
considerar los efectos secundarios.
Por
herencia, mi hijo también es ambidiestro,
se
adelanta a lo que se va a decir,
comprende
cada asunto mejor que nadie
y
hasta predice los acontecimientos.
Igual
de impaciente y arrebatado,
se
rasca los brazos hasta que le brota
la
desesperación con sangre.
Hace
mil cosas a la vez, sí,
y
por lo mismo se dispersa,
mucho
más desatento.
No
querían las pataletas y rabietas,
y
por tenernos medio dormidos
nos
hicieron esquizos y neuróticos
–no
se si por fortuna–.
En
una segunda tanta de experimentos,
quieren
a las próximas generaciones
en
calma, conformes y sumisas;
si
acaso no están ya aletargadas
por
tantos titulares, vídeos y películas,
como
en el pasado a los chinos con el opio,
sin
capacidad de reacción.
¿Para
qué lo hacen, si no alcanzarán a ver
un
mundo atestado de psicópatas?
x
Después
de tanto, de súbito
me
vino a la mente rehusar el afán
de
copiar los ejercicios de álgebra
en
las gradas de la biblioteca
–de
la que me atraía tantos libros
que
no figuraban en los manuales–,
minutos
antes de entrar a clase,
y
la de una mujer que se asoleaba
en
la piscina de un motel de Torremolinos,
con
unos senos descubiertos
en
perfecta armonía con su silueta.
Cuando
su esposo la llamó
también
desfiló con un ritmo acorde
a
pesar de la prisa, y sus largas piernas.
x
Cuánta
compasión exhibe una modelo.
No
te libran los pensamientos
ni
las palabras;
no
te salva orar ni silbar.
Tal
vez te refugias en anhelar,
mientras
sólo el deseo te resguarda.
Qué
vacía una imagen del mar y del atardecer.
x
De
desear, deseas cosas, cuerpos y sentimientos…
a
lo mejor el poder, tener o privilegios
–tal
vez pensar, o dejar de pensar–.
En
cambio, anhelamos –no sin añoranza ni delirio–,
reelaborada
la imagen en lo abstracto,
sin
algún recuerdo.
Más
que la ansiedad o la vehemencia del deseo,
anhelar
tiene que ver con una sensación
de
opresión en el pecho hasta el jadeo
–con
sofoco y congojas que duran años–,
sin
cabida a algo así como la voluntad.
Creamos
historias que no han sucedido,
para
nuestro orgullo y autosatisfacción.
x
Si
deseas amor con el que te amen,
sólo
vendrán a ti en sueños.
El
amor nace sin espera
con
quien compartes tus momentos,
buenos
o malos,
sin
querer amar o que te amen.
En
el juego del amor interminable
tienes
que perder casillas
y
entregar tus fichas.
x
Si
amar deseas con amor sin que te amen,
vendrán
por ti sin que puedas soñar.
Pero
si anhelas lo que amaste o aún amas,
te
conviertes en tu fantasía más propia,
más
íntima.
En
el juego del amor efímero
tienes
que llegar primero.
x
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